Dominga Cáceres vivía junto a sus viejos padres en la
estancia El Rastreador. Recuerdo cuando ella llegaba a mi modesta despensa a
comprar y a charlar un rato. Siempre se quejaba de sus padres, de cómo la
tenían todo el día haciendo esto y aquello, se sentía asfixiada , odiaba la
vida en la estancia, y todo las veces terminaba su charla con la misma amenaza-
Pero algún día me iré, me casare con el primero que encuentre, eso si el
primero con plata.
Un día llego al pueblo
un señor llamado Tulio de la Corte, acompañado de sirvientes. Cada vez que se
asomaba por mi despensa inundaba la tienda con un perfume delicioso, sin decir
mucho solo lo menester compraba y se marchaba del lugar. Pero un día la cosa
fue diferente, me pregunto por fin algo que no sea ¿cuánto es? Se acercó a mí y
con una especie de aire de complicidad y chismerío me pregunto quién vivía en
El Rastreador, le conteste que solo los encargados. Casi como excusándose o
dándome explicaciones me dijo inmediatamente, solo era por curiosidad, es una
bella estancia y tengo interés en comprarla.
De allí en más todo se volvió
cosa corriente, casi tema de todos los días, y carne fresca para las viejas
chismosas. Don Tulio de la Corte visito El Rastreador un domingo por la tarde,
me contaba doña Betuna. Para mí que hay gato encerrado, me decía doña Berta.
Esa Dominguita va a aprovechar de irse con el ricachón ese, si era como decía,
esa chica está desesperada, decía doña Marieta.
No fueron erradas las
deducciones pues un día la Dominguita fue hallada con don Tulio a los mas que
arrumacos en la estancia, lo peor fue que quien los encontró fue doña Felipa,
mama de la susodicha. El conflicto fue casi nacional, de punta a punta el
pueblo se enteró de lo sucedido, todo porque, gracias a doña Matilde amiga
íntima de doña Felipa, pero eso sí mucho más amiga de la lengua, se encargaba
de dar a las viejas sedientas de saber el último capítulo de la novela.
Todo fue tan rápido que
un día desperté, y la Dominga ya estaba casada con don Tulio, ahora era dueña
de la estancia, por fin para ella ya no era la que iba y venía haciendo quehaceres
ahora era la señora de la casa. Con lo que respecta a sus padres siguieron
viviendo en la casita de los encargados, pero eso si, por que ellos querían y
trabajaban
Haciendo algo de vez en
cuando para no perder la costumbre, pero ellos también se dedicaron al ocio de
los señores.
Las cosas fueron tan
estrepitadas, que nunca se me ocurrió pensar si ella realmente lo amaba, en ese
momento me retumbaba en la cabeza aquella amenaza. No será que se casó por
interés, o quizás no, quizás estaban enamorados. Solo ella en el silencio, en
la soledad, en su cabeza, en su oración, solo ella y nadie más sabría la
verdad.
Empecé a extrañar sus
compras en mi almacén y sus ocurrentes charlas. Tanto las extrañe que creo las
atraje con el pensamiento, lo digo por que llego a la tardecita del día lunes. Que diferente,
ya no tenía el delantal sucio de siempre, y las alpargatas tan gastadas que ya
parecía pisar sobre una hoja de papel. Ahora de vestido, ahora de zapatos,
(aunque aún se tambaleaba un poco al caminar), con collares que rodeaban su
cuello. Se dirigió a mí forzando su voz como para que sonara más fina. Compro y
luego se marchó sin ningún comentario ni dialogo alguno. En ese momento me
pareció fuera de lugar la pregunta que surgía de mi cabeza. Al final me guarde
mi curiosidad y no intente conversar con ella.
El comentario en el
pueblo se desparramaba como fuego sobre querosén. Dominga había estado buscando
de hace rato un hijo, pero nada, ya
llevaba casada con don Tulio cinco años. La viejada pensaba que seguramente era
el, el culpable, claro, no es tan joven, seguro ya pisa los 47 años. Otros
opinaban que ella tenía los genes defectuosos, atribuyéndolo a que su madre
solo había tenido una hija a la que seguramente le heredo esos malditos genes
que no aseguran una numerosa familia. Lo normal en el pueblo era tener por lo
menos siete hijos, y en caso extremo 15 como doña Isabel, pero eso sí, la pobre
mujer quedo fulminada luego de tanto parir.
La gente a veces puede
ser muy metida. Admito yo también ser muy chismoso, pero para defenderme quiero
decir que en un pueblo pequeño y aislado lo único que entretiene es la vida del
otro. En algún momento llegue a sorprenderme de mí mismo, casi parecido a
aquellas viejas me interesaban los detalles macabros. Volviéndose casi morbosos
los chismosos no quieren saber las buenas cosas, no eso no interesa, no
entretiene, pero aquellas malas cosas, esos mínimos detalles parecen casi
necesarios para que un chisme sea bueno.
Nunca nadie supo si
ella habría sido en algún momento feliz con don Tulio, y ahora nadie lo podrá
saber. La única persona que supo la verdad ya murió hace dos años. Por ello
todos quedaran con esa espina atravesada. Quien podría considerarse el poseedor
de la verdad, absolutamente nadie, nadie en este mundo conoció el pensamiento
del otro, nadie podrá descifrar una mirada, ni entrara en el otro para conocer
sus sentimientos, y si fuera posible ni aun así los entendería.
Todo lo dicho sobre la pobre Dominga fueron
especulaciones, historias creadas en la cabeza de quien no tiene más que hacer.
A veces pienso que todo el pueblo con sus suposiciones terminaron por matarla.
En el pueblo se creía
que Dominga tenía un amante. Que al no conseguir un hijo con don Tulio lo
buscaría en otro lado. En ese momento todas las miradas caían sobre un peón de
la estancia, peón que habría sido muy amigo de ella cuando todavía no era la
dueña. Ella lo amaba, pero más amaba su sueño, el cual no podría cumplir junto
a un peón. Ahora ya siendo una señora quería un hijo, sueño que no cumpliría
con don Tulio.
Tanto insistían con aquello que termino por
llegar a oídos de don Tulio. Él se dejó llevar por la corriente, y los
supuestos testimonios de algunos que juraban por sus hijos a verla visto con
otro a los besos, lo cómico de aquello era que muchos de estos no tenían hijos.
El hombre se creó solito todo un mundo de engaños, traiciones y hasta un
atentado contra el para quedar con su dinero. Termino por reaccionar como un
loco al verla dialogando con un peón, regreso a la casa tomo un arma, y le dio
un tiro.
Luego de ello el pueblo
entro en un nuevo chisme, querían conocer detalles de aquella desgracia,
parecía que no se conformaban con escuchar, querían ver el cuerpo
ensangrentado. La duda que quedaba era si aquel peón huyo ante su inminente
muerte, o quizás hayan sido dos los muertos y don Tulio escondió el ultimo
cuerpo. Lo que yo me preguntaba en aquel momento era si realmente lo engaño o
no, nadie lo pudo asegurar.
Después de efectuar el
tiro don Tulio escapo. Se dice que volvió a la estancia armo rápido un bolso y
se fue inmediatamente. Los pobres padres de la difunta escucharon el disparo
desde su casa, cuando salieron se hallaron con Mercedita una empleada que los
advirtió de la salida repentina del dueño justo a minutos después del tiro.
Corrieron los Cáceres al cuarto de su hija para ver qué había ocurrido, al no
verla preguntaron a Mercedita que les informo que se hallaba en el patio
trasero. Triste escena, doña Felipa arrodillada a la par del cadáver lloraba
desconsolada, mientras don Alfredo, padre de Dominga, se tomaba la cabeza como
si no pudiera creerlo. Así relato esa noche Mercedita lo sucedido a doña
Hortensia y doña Augusta, relato cada lagrima, cada palabra, casi parecía tomar
la apariencia de cada uno de las personas de las cuales contaba.
El velorio al cual
asistí fue de un clima espantoso, los pobres padres tenían que responder a las
preguntas como si fuese un interrogatorio. Ni siquiera ellos supieron lo que
paso, a qué hora, en qué momento, como, por que, simplemente sabían que yacía
tendida en un cajón, y que el simplemente se fue.
Todos se preguntaban
por el peón, pero nadie sabía ni siquiera Mercedita. Quien habría sido el peón.
Lo correcto era que haya sido Facundo, el supuesto amigo, pero nos enteramos
allí que Facundo hace seis meses se había ido.
Ella de quien todos
hablaban, de quien todos se creían con el derecho de juzgar, con el derecho de
opinar se encontraba muda, en silencio, sin latidos, sin respiración, muerta.
Quizás su alma ya se encontraba lejos, volando surcando, disfrutando de la
libertad añorada. Lejos de las palabras, lejos de las miradas, lejos de
opiniones.
Este mundo está loco,
pensé en ese momento, no don Tulio es el loco. Loco el, locas las viejas, loca
Dominga por engañarlo, loco yo por contarles a ustedes. No sé quién será el
loco, pero hay algo que puedo asegurar con certeza y que no nace de ninguna
suposición si no de un hecho concreto. El sueño de Dominga de ser una señora se
cumplió, dejo de trabajar hasta al cansancio, logro salir del seno familiar
casi asfixiante en el que sus padres más que ser padres fueron guardias
carcelarios. Comenzó con un sueño cumplido y termino con una triste muerte.
Al final, siempre
estará esa duda, ese deseo de saber la verdad, la verdad es que muchas veces no
sabemos ni nuestra verdad, como para tratar de entender a la de los otros. Yo
conocí a Dominga Cáceres, la tuve al lado muchas veces, la escuche hablar,
hable yo mismo con ella, pero quien sabe quizás ella también haya sido solo un
chisme, una suposición, quizás nunca existió, o quizás sí.
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