Ella se sonrojo, sacó su mano de la mía, me sentí avergonzado. Me miró como enojada, ofendida, me confundió totalmente, porque luego de todo esto, cuando giraba para irme, me sujetó del brazo, me tomó de la cara, y me besó, sobre mis labios, pude sentir su sabor, le correspondí, terminamos fundiendonos en un abrazo. La bese una y otra vez, sobre sus ojos, su nariz, su frente, esa boca hermosa, ella sonreía constantemente, dejándose amar.
Volvimos al sillón, donde nos quedamos abrazados, con su cabeza sobre mi pecho, mientras mis manos peinaban sus cabellos. El agua del mate se enfrió, la tele seguía su propio ritmo, pero nosotros estábamos totalmente ausentes, en nuestro propio mundo, en nuestra intimidad.
Me sentía nervioso, casi torpe al tocarla, pero ella era sobre mi piel como un cosquilleo que me recorría. La miraba como descreído, pensando que era un sueño, asombrado de tenerla entre mis brazos, donde se veía feliz, yo estaba loco de contento. Ninguno lo recordó, ni menciono su nombre, no era la historia de Mariano, era la nuestra. Entre las miradas, las caricias, ella volvía a besarme, la sujetaba entre mis brazos para no dejarla ir.
Solo fueron besos, abrazos, caricias tímidas, muestras de amor. Luego de ese momento extraordinario, el teléfono sonó, y acabo con todo, ella volvió al mundo, para alejarse de mi pecho, corrió a atender, del otro lado era Mariano quien hablaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario